viernes, 25 de octubre de 2013

Sabemos que la manera de morir era factor fundamental para el destino que se deparaba a la esencia del difunto

  • Pero vayamos al momento en que el individuo fallecía. Sabemos que la manera de morir era factor fundamental para el destino que se deparaba a la esencia del difunto. Estos destinos eran cuatro lugares. El primero, conocido como la casa o cielo del sol, estaba destinado a los guerreros muertos en combate o capturados para el sacrificio, así como a las mujeres muertas durante el proceso del primer parto, mismo que se consideraba un combate y por lo tanto a estas mujeres se les tenía como mujeres valientes, como guerreras. El Tlalocan, lugar de constante verano donde las plantas siempre estaban verdes, se destinaba a todos aquellos que morían en relación con el agua. El Mictlan era el sitio adonde iban los que morían de cualquier otra forma de muerte no asociada a la guerra ni al agua. En el Chichihualcuauhco, donde residían los niños muertos prematuramente, un árbol nodriza amamantaba a éstos hasta que se les destinaba a volver a nacer.


    En la imagen: los fallecidos llevaban un perrito de pelo rojizo con un collar de fibras de algodón sin hilar para que los ayudara a pasar, nadando encima del perro, un río que estaba en el inframundo llamado apanohuaya, “el paso del agua”. El perro guiaba a los muertos hasta el “lugar sin orificio para que salga el humo” o inframundo, donde habitaba Mictlantecuhtli, “señor de los muertos”. (Un perro guía a un difunto ante Mictlantecuhtli. “Códice Laud”, lám. 26. Reprografía: M.A. Pacheco / Raíces)

    Eduardo Matos Moctezuma, “La muerte entre los mexicas”, Arqueología Mexicana Edición Especial 52.

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