sábado, 12 de octubre de 2013

Tlamatini: el sabio náhuatl

Tlamatini: el sabio náhuatl

 
Miguel León Portilla, en su obra titulada La filosofía náhuatl, estudiada en sus fuentes, nos ofrece una descripción de lo que para los nahuas era lo más próximo a nuestra imagen común del filósofo o sabio: el tlamatini (en plural, tlamatinime). Esta palabra 


«se deriva del verbo mati (él sabe), el sufijo –ni, que le da el carácter sustantivado o participial de “el que sabe”. Finalmente el prefijo tla es un correlato que antepuesto al sustantivo o verbo significa cosas o algo. De todo lo cual se concluye que la palabra tla-mati-ni etimológicamente significa “el que sabe cosas” o “el que sabe algo”» 



El tlamatini de la cultura náhuatl, sin embargo, cumplía una serie de funciones dentro de la sociedad que desbordan la del arquetípico filósofo griego. No sólo era una especie de censor moral de los ciudadanos (o súbditos, mejor dicho, en el contexto del tipo de sociedad precolombina), al modo del Sócrates griego, sino además un transmisor de la cultura náhuatl acumulada en los códices o en la tradición oral. 



León Portilla nos da en su libro la traducción de un texto en que se resume claramente ese conjunto de roles que el tlamatini tenía en el mundo náhuatl, el cual dice así:



El sabio: una luz, una tea, una gruesa tea que no ahuma.

Un espejo horadado, un espejo agujereado por ambos lados.
Suya es la tinta negra y roja, de él son los códices, de él son los códices.
Él mismo es escritura y sabiduría.
Es camino, guía veraz para otros.
Conduce a las personas y a las cosas, es guía en los negocios humanos.
El sabio verdadero es cuidadoso (como un médico) y guarda la tradición.
Suya es la sabiduría transmitida, él es quien la enseña, sigue la verdad.
Maestro de la verdad, no deja de amonestar.
Hace sabios los rostros ajenos, hace a los otros tomar una cara (una personalidad), los hace deasarrollarla.
Les abre los oídos, los ilumina.
Es maestro de guías, les da su camino, de él uno depende.
Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos; hace que en ellos aparezca una cara (una personalidad).
Se fija en las cosas, regula su camino, dispone y ordena.
Aplica su luz sobre el mundo.
Conoce (lo que está) sobre nosotros (y), la región de los muertos.
(Es hombre serio.)
Cualquiera es confortado por él, es corregido, es enseñado.
Gracias a él la gente humaniza su querer y recibe una estricta enseñanza.
Conforta el corazón, conforta a la gente, ayuda, remedia, a todos cura.


Las cuatro primeras líneas de este texto dan cuenta del carácter iluminador de los tlamatinime, gracias a su posesión de una verdad acerca del mundo y del ser humano, transmitida desde los antiguos. Se le compara a una gruesa tea o antorcha que es pura luz, que no ahuma; igualmente es poseedor de la tinta negra y roja, es decir, quien está autorizado para interpretar y transmitir el legado histórico-cultural de los antepasados inscrito en los códices; se le compara también con el “tlachialoni: una especie de cetro con un espejo horadado en la punta, que formaba parte del atavío de algunos dioses y les servía para mirar a través de él la tierra y las cosas humanas” . Con esta última comparación se sugiere la idea de que el tlamatini es un instrumento divino para la contemplación de la realidad, lo que lo hace una especie de profeta.



Por otro lado, también nos encontramos en este texto náhuatl con que los tlamatinime cumplían una función magisterial en la sociedad, al decir: “Es camino, guía veraz para otros”, “Maestro de la verdad, no deja de amonestar”, y otros juicios similares. Condición ésta que los libera de ser meros “fuegos fatuos”, que no tienen a quien iluminar, la de relacionarse con otros, con las nuevas generaciones, y llevarlos por el camino diseñado históricamente por su cultura. 



León Portilla encuentra todavía otros roles de los tlamatinime. La de ser moralistas, por ejemplo, expresado en la frase: “Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos”. Es decir, les hace ver a quienes acompaña la naturaleza de sus actos dentro del marco social establecido acerca de lo que es bueno o malo. Pero junto a esta función moralista y, en cierta conexión íntima con ella, el tlamatini es también una especie de psicólogo porque “hace a los otros tomar una cara (una personalidad), los hace desarrollarla”. A veces el desarrollo de la moralidad se contrapone al desarrollo personal: nos podemos ver obligados a asumir ciertas máscaras sociales a costa de nuestro rostro verdadero. Aliviar este tipo de conflictos parecía estar en manos de estos sabios nahuas.



Pero, el tlamatini es también depositario de un saber metafísico, pues “conoce (lo que está) sobre nosotros (y), la región de los muertos”. Su conocimiento va más allá de lo que hay sobre la tierra, del tlaltícpac, extendiéndose hacia el in topan in mictlan, lo cual se entiende como el mundo de lo que rebasa toda experiencia. El mundo del tlaltícpac es el mundo de la experiencia fenoménica, ordinaria, de las cosas que están en constante transición, sin ser “verdaderas”. Por esto, una de las preocupaciones de los pensadores nahuas fue la de indagar qué es lo único verdadero en la tierra, si lo hay.



Esta diversidad de roles que cumplían los tlamatinime, lejos de advertirnos sobre la inexactitud de considerarlos propiamente “filósofos”, nos afirma en la convicción de que su objeto de interés no es otro que el ser humano y su existencia en el mundo, al igual que el de los filósofos reconocidos. El vínculo que este pensamiento tenía aún con ciertas raíces poéticas o teológicas no anula su carácter filosófico, al igual que los rasgos míticos de las filosofías reconocidas más antiguas, como en los presocráticos o en Platón.

Bibliografía:

León-Portilla, M. La filosofía náhuatl. UNAM. México. 1983.

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